En el patio trasero de la vieja casona, Elías González se mecía suavemente en la mecedora de paletas. Empuñando una jarra de barro helada, con la espuma rebosante de la primera cerveza, la aproximó con gran determinación hasta sus labios sedientos.
Era domingo al medio día, estaba acompañado por su hermano menor y un cuñado. Abrió la conversación preguntando a su hermano Luis: “¿Cómo está el tercio aquel de la esquina de Miracielos, el que hacía las diligencias en la oficina?”. Luis comenzó su relato con un gesto de preocupación, “ese hombre se perdió con unos centavos que le prestamos para un tratamiento de fertilidad”.
El tercio en cuestión respondía al nombre de Alfonsito, quien después de varios años de matrimonio no lograba embarazar a su amada Regina, hija de unos migrantes de Las Canarias. Acudieron a varios médicos, y después de practicar infinidad de costosos exámenes a la pobre Regina, no encontraban ninguna anormalidad. Fue entonces cuando le solicitaron al joven Alfonsito, un sencillo y económico examen llamado espermatograma, reportando sus pocos espermatozoides “lentos y débiles”.
¡Alfonsito, era el del problema!, siendo referido a un especialista de fertilidad quien al interrogarlo encontró diferentes costumbres relacionadas a esta condición, entre otras, Alfonsito era un fumador empedernido, se deleitaba con largos baños de agua caliente y cada vez que tenía oportunidad se pasaba unos días en las aguas termales de Puerto Cabello.
Otra de las aficiones de Alfonsito era hacer parrilladas con sus amigos, encargándose de atizar
los carbones y beber hasta emborracharse los fines de semana. Le recomendaron cambiar todos esos malos hábitos, pero eso era mucho pedirle.
Al examinarlo, el médico encontró la presencia de várices en las venas que drenan a los testículos, lo que se conoce con el nombre de varicocele. La solución era operar, pero Alfonsito no disponía del dinero. Recurriendo a todos sus conocidos, entre ellos Luis, solicitó préstamos por distintas cantidades, reuniendo solo la mitad del monto necesario.
Alfonsito decidió que su mejor opción era apostar ese dinero en el hipódromo y ganar “hasta para la canastilla de niño”. El domingo en la mañana salió de casa vistiendo traje blanco, corbata y sombrero; ya había estudiado la gaceta, escogiendo al ejemplar Mil Amores, favorito de la primera válida de ese día.
Él llegó a la taquilla muy confiado y apostó todo aquel dinero prestado. Fumando un cigarrillo se fue a la tribuna donde pidió un trago de ron mientas se daban los preparativos. De pie contempló con unos larga vistas el cuadre de los caballos. Unos minutos después se dio la partida escuchando al narrador gritar: “Mal para Mil Amores, que hace pasos extraños y se queda en el último lugar”, Alfonsito no perdía la esperanza durante la carrera, pero desde el principio todo salió mal.
Alfonsito salió desconsolado y abatido, se alejó del hipódromo donde se esfumaron las esperanzas de ser padre y con gran vergüenza se mudó de ciudad donde nadie lo conociera. Allí empezó el cambio de Alfonsito: dejó el cigarrillo, el alcohol y las malas juntas. Decidió bañarse con agua fría y nunca más dejar calor alguno cerca de sus testículos.
Un nuevo amigo, hermano de un enfermero, le consiguió cita en un centro asistencial público que estaba haciendo jornadas de intervenciones quirúrgicas, logrando incluir a Alfonsito en la lista del mes siguiente, donde finalmente fue operado, curando el varicocele.
Cuatro meses después Alfonsito fue evaluado con nuevo espermatograma evidenciando el cambio significativo en la calidad de sus espermatozoides, y unos meses más adelante su amada Regina ya estaba barrigona.
Unas semanas posteriores al feliz nacimiento de su heredero, Alfonsito muy responsable regresó a Caracas para honrar las deudas contraídas, prometiéndose que jamás cometería los errores del pasado y le daría el mejor de los ejemplos a su pequeño, siendo un hombre honesto y responsable.
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Fuente: Caraota Digital