Juan Carlos manejaba en medio del tráfico, por avenidas colapsadas de motorizados y gritos de transeúntes. Regresaba de una tediosa jornada llena de difíciles reuniones, analizando estados financieros donde demostraban la situación muy comprometida de su empresa.
Juan Carlos recordaba cómo la situación se había complicado en los últimos meses, cuando desaparecieron contratos y decretaron nuevos impuestos, colapsando su flujo de caja. Ya había pasado el medio cupón, sería bastante difícil cambiar su estatus a empleado, además su consentida mujer siempre se dedicó a las tareas del hogar asistida por una corte de ayudantes a quienes repartía órdenes sin mucha consideración.
Por fin llegó a su hogar, con la esperanza de refugiarse un rato de tantos sinsabores. Su esposa Katina lo recibió con una mala noticia: el menor de los hijos, jugando pelotica de goma, había roto la antigua lámpara de kerosene, herencia de la tatarabuela, orgullosamente exhibida por Juan Carlos en una particular mesita de la sala.
Muy molesto, Juan Carlos reprendió a su hijo con regaño y suspensión del permiso para salidas por dos fines de semana, generando la furia del menor, quien, con protestas, batió la puerta de la habitación, mereciendo nuevo regaño y aumento de la pena a un mes de castigo.
Luego Katina no dejaba de expresar su deseo para un nuevo viaje a Europa donde quería visitar aquellos lugares que aún no conocía. Para ella “era el momento de disfrutar la vida ya que pronto su juventud se iría desvaneciendo”
A la hora de dormir Juan Carlos incómodo y fatigado veía noticias, cuando Katina salió del baño muy sensual, manifestando con gestos conocidos su deseo de encuentro íntimo. Juan Carlos sin muchos ánimos la quiso complacer, observando una lenta y blanda respuesta, extrañada y desconfiada, Katina hizo la observación con tono de reclamo,
incrementando la preocupación de Juan Carlos, quien haciendo los mejores esfuerzos no conseguía la firmeza necesaria para la penetración.
Katina lo acusó de “tener otra mujer y seguro con ella si estaría funcionando a la perfección, entregándose con traición a revolcarse en las sabanas de una pocilga”. Ahora todo tenía sentido… Por eso lo había notado tan raro e
indiferente. Entre llantos y sollozos le gritó: “razón tenía mi mamá, los hombres son como los perros, donde le sirven comen”.
Los días que siguieron fueron de tensión, los problemas no le daban tregua a Juan Carlos, aparte de tener en puerta un colapso económico, debía lidiar con el mal genio y las preguntas inquisidoras de Katina, quien andaba investigando sus actividades, buscando pistas en su ropa, cartera, carro y hasta pensaba “darse una vueltica por la oficina”.
Después de mucho esfuerzo, Juan Carlos logró recuperar la relación conyugal, pero sin perder el temor de repetir aquel fracaso. Ahora Juan Carlos cada vez que llegaba el momento de la intimidad sentía la misma angustia de sus tiempos mozos al presentar un examen de una exigente materia… pasaría o sería aplazado?
El proceso de erección requiere la integración de diferentes sistemas. Primero debe existir un estímulo captado por los sentidos o evocado por la imaginación, que una vez procesado en el cerebro desencadena una respuesta excitatoria, la cual es transmitida a diferentes puntos a través de los nervios, los cuales funcionan a manera de cables eléctricos conectando el cerebro con cada rincón del organismo.
Cuando el estímulo llega a nivel genital se produce la apertura de unos vasos sanguíneos que van a llenar dos cilindros que se extiende a lo largo del pene, llamados los cuerpos cavernosos, incremento en su longitud, grosor y rigidez.
Una frecuente causa de disfunción eréctil es el estrés, debido a la secreción de una sustancia llamada adrenalina, la cual prepara a nuestro organismo para hacerle frente a una amenaza, bien sea atacando o huyendo de ella.
Entre otros cambios, la adrenalina redistribuye el flujo sanguíneo hacia los grandes grupos musculares de brazos y piernas, aumentando así el aporte de oxígeno y energía necesarios para un desempeño eficiente en esta circunstancia. El hombre con angustia e inseguridad, al sentir el cambio en su erección, incrementa la secreción de adrenalina, perdiendo más erección, cayendo en un círculo vicioso: más angustia, menos erección, generando más angustia hasta finalmente perder la erección.
Juan Carlos muy apenado le contó los pormenores a su médico, quien le dio toda la explicación científica de lo sucedido y receto unos medicamentos que mantienen la apertura de los vasos sanguíneos del pene facilitando la erección y manteniéndola por mayor tiempo. Juan Carlos pronto recuperó su confianza y logró superar aquellos difíciles días.
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Fuente: Caraota Digital